¿Cómo salen unas niñas de casa hogar?
Publicado por Adrián Miranda De La Mora, el día jueves, 30 de julio de 2015




29 de julio del 2015, una mañana gris… quizás anticipando la terrible historia que esperaba. Este día, estaría toda la mañana en casa hogar. Nunca solo, porque estaban las niñas, pero particularmente acompañado por Maritza, abogada y amiga que nos ha ayudado de muchas maneras en muchas ocasiones para proteger a los niños de casa hogar. Tristemente debíamos estar ahí porque personal de casa hogar cabañas iría esa mañana a recoger a Mariela, Marili, Lucia, Esther y América para cambiarlas.

Hagamos una pausa para analizar un poco. Las niñas que tenían poco más de un año en casa hogar, y que venían de una lamentable situación familiar, encontraron un refugio, un techo, pero más que nada, una familia… una oportunidad para vivir mejor, para aprender a leer (incluso Mariela de 13 años) e ir a la escuela, para desarrollarse y esperar que su situación jurídica se resolviera… tal y como pasa con muchas niñas, algunas quienes esperan toda su niñez y adolescencia sin que no se resuelva tal situación… Poco a poco, fueron ganando confianza, abriéndose, expresándose… viviendo de otra manera su vida, conociendo cosas que jamás habían tenido en casa, con una inmensa necesidad de cariño, y un deseo aún más grande de dar ese cariño que tenían guardado.

Marili, Mariela y Lucía en la parte de atrás, adelante América y Esther, días después de haber ingresado a casa hogar María Teresa

Su hermanito estaba en casa hogar cabañas durante todo ese año, y no fue hasta hace algunos meses que llegó el aviso de que serían llevadas a dicha casa hogar. Poca intervención hubo del personal de esa institución para efectuar una preparación o realmente investigar cómo estaban las niñas, o para averiguar como se encontraban realmente en sus emociones, en su salud. Durante todo ese año se vivieron muchas historias de todo tipo con estas niñas, historias bonitas, tristes, emocionantes y más… mientras que el tiempo pasaba y ellas se adecuaban más y más a la casa hogar. Entonces (después de más de 8 meses) se les evaluó por parte del personal de cabañas, en dicha evaluación, tendenciosa a mi parecer, se les hizo ver cosas como que casa hogar cabañas tenía albercas y que tendrían el mismo uniforme… honestamente no me parecen argumentos adecuados (claro que a las más pequeñas les llamó la atención), y desde luego el argumento más “pesado”: podrían ver a su hermano. A partir de ahí surgieron muchas versiones y contradicciones de las niñas para tomar la decisión de irse o quedarse; al menos en las más pequeñas: Mariela y Marili, las más grandes, desde un inicio se mostraban seguras de que NO querían irse.

Sin embargo a partir de ese acercamiento, la vida de Mariela se convirtió en un martirio. Preocupada por si se iba o no, con el miedo de irse de un lugar que claramente ella disfrutaba; sumado al miedo de ser separada de sus hermanas (que es de lo más valioso que tiene en esta vida), ella se envolvía en llanto todos y cada uno de los días. De hecho fue su bautizo (si, a los 13 años) en una gran fiesta, en un hermoso momento, rodeada de quienes más las queremos… y su rostro lucía desencajado… perdida. Al llegar a casa, ella sufría, sentada en la fuente central de la casa hogar en compañía de su madrina, llorando debido a que no se quería ir. Tanto las encargadas de la casa hogar María Teresa, como su servidor, platicamos con ella, e intentamos hacerle ver que no estaría sola, que no la dejaríamos y que ella podía elegir…

Mariela, con su madrina de bautizo, en ese preciso día, al borde del llanto al saber que la querían cambiar de casa hogar.

Lucía parecía más convencida de volver. A ella siempre le movió mucho el hecho de estar con su hermano, lo extrañaba. Y es completamente válido, Esther y América se deleitaban al pensar en una alberca en su casa. Marilí veía otras cosas, ella sabía lo que perdería si se cambiaba, ella valoraba lo que tenía en este lugar y lo apreciaba con su corazón.

El caso es que faltaban solo dos días para que se fueran. Ese día platiqué con Mariela para conocer sus miedos y sus dudas, y le reiteré que ella podía decir si quería o no, y que no la podían obligar a tomar una decisión que ella no quisiera, entre otras cosas. Ella nuevamente expresó claramente que no quería dejar la casa hogar; que si quería ver a su hermano pero sin tener que cambiarse de casa hogar, a lo que respondí que era algo muy válido y que se podían proponer algunas visitas calendarizadas. Yo pensé en ir el martes para pasar algún tiempo con ellas antes de que se fueran, pero cuando supe que se había tramitado un amparo para evitar que las niñas se fueran (que ellas mismas firmaron) y que Maritza estaría ahí para hablar con la gente de cabañas, decidí mejor ir el miércoles.

Temeroso por la vez que se llevaron a Fátima (que fue antes de las 9) salí temprano. Y en el transcurso de la mañana llego una persona de dicha casa hogar, solicitando la presencia de las niñas para llevárselas. Mantuve distancia, y las niñas fueron llamadas, para posteriormente ser cuestionadas acerca de si deseaban irse. Todas y cada una contestaron que no querían irse y que estaban bien ahí. De forma breve, las niñas se expresaron y esta persona abandonó la casa hogar. Las niñas estaban muy contentas, y no solo ellas, si no las demás de la casa hogar al saber que se quedaban. Maritza en su experiencia decidió esperarse un poco más, y yo me quedé a aprovechar y avanzar con mi trabajo. Y cual fue nuestra sorpresa que a las dos horas, sin timbre, sin tocar la puerta ni nada, entran 4 personas en un plan agresivo verbalmente a exigir que se entreguen a las niñas, cuestionando las razones por las que “no se las querían dar”… mientras que afuera de la casa hogar estaban tres o cuatro patrullas de la policía… yo me pregunto, ¿para qué? Para sacar a las niñas a la fuerza? Para someter a las religiosas? ¡es una casa hogar! ¡hay niñas! Las estábamos protegiendo y velando por sus intereses!!

Argumentamos que ellas ya habían expresado que no se querían ir, y quisieron validarlo por medio de su psicóloga. En otro discurso que no me pareció adecuado como para cuestionar a las niñas, estas personas comenzaban a investigar sus intereses, con cierta tendencia a enumerar las supuestas bondades de la otra casa. Mariela se mostraba muy nerviosa, con la vista perdida. Marilí igual, America se durmió y Esther de plano se salió a jugar. Al poco tiempo, al notar estas personas que no se llegaba a nada, comenzaron a presionar a las niñas preguntándoles si ya habían decidido. Mariela rompió en llanto… me pareció demasiado, y entré, me acerqué a ella y le expliqué que no debía tener miedo, que ella podía decir lo que fuera y que nosotros lo aceptaríamos, que lo único que queríamos era que estuvieran bien. Y entonces… la estrategia: “miren, si quieren las llevamos a que conozcan y las regresamos” Esa era una idea más aceptada por las niñas: verían a su hermano un ratito, conocerían un nuevo lugar y regresarían a casa. Lucía no tardó nada en decir que sí, que fueran y que las regresaran, igual Marili, le pareció buena idea. Sin embargo Mariela sabía… ella lo sabía.

La directora de la casa hogar, tratando de acompañar a las niñas en un momento de altísima presión.

Las otras niñas estaban listas para ir, y yo pensé en no dejarlas ir solas, por lo que me ofrecí para ir con ellas con el fin de regresarlas. “Si vamos, vamos todos para que se regresen” y más. Un recorrido en el que Marili se aferró al brazo de una de las encargadas, y en el que Mariela lloraba y lloraba con la mirada perdida, mientras expresaba sus dudas y sus miedos, terminó al llegar a casa hogar cabañas, mientras que Marili se quitaba su sueter diciendo: lo dejaré en la camioneta para que pueda regresar por el y así volver a casa. Les dije: ya llegamos niñas, aquí es. Mariela tomó un respiro y bajamos… fui a firmar la entrada a un cuaderno que tienen en la entrada, mientras a las niñas les invitaban a pasar… solo a ellas. “vengan niñas, vamos a pasar” Mariela replicó de inmediato que quería que fuéramos nosotros… les dijeron que allá no podíamos pasar… las dejaron sin opciones, Mariela se detuvo, las niñas avanzaron… le ofrecieron a Mariela esperarse ahí con nosotros, pero ella de inmediato intuyó que podría separarse de sus hermanas… y no corrió el riesgo… a nosotros nos bloquearon, nos dejaron un muro moral, que nosotros no estábamos dispuestos a sobrepasar, metiéndonos en su casa como ellos se metieron en la casa de las niñas… y se las llevaron… mientras Mariela regresaba la mirada.

Pasaron los minutos y entendimos… fuimos engañados, igual que las niñas. Se presentó una persona a decirnos “que las niñas se quedarían.” Sentí que el mundo se vino abajo. Que “la directora” (a quien jamás vimos) había dado la orden y que así iba a ser. Argumentamos tanto… dijimos tanto… cuestioné su criterio, su humanismo. Les dije que no estaban trabajando con cajas o piedras, que son niñas y que esas niñas tenían lazos afectivos e historia en esa casa hogar, y muchas cosas más tratando de hacerla entrar en conciencia. Pero cual conciencia? Estaba más que tranquila porque había “hecho su trabajo”. Y cual es su trabajo? Cumplir con un horario y con las órdenes de su jefe? No tienen capacidad de análisis?  No tienen empatía? Trabajan en una casa hogar! Agregó la señorita: “aquí tenemos sus papeles y sus abogados y psicólogos” no tardé en contestar: “Ah si? Y donde estaban todos ustedes en el año que estuvieron en casa hogar?”

Las madres no se guardaron sus opiniones, cuestionando hasta el cansancio el actuar de la institución y de su personal, de sus mentiras y sus artimañas, de sus manipulaciones para con las niñas.

Manteniendo la cordura hasta donde me fue posible, vi como pasaba la primer trabajadora que llegó a la casa hogar, a quien me acerqué sin titubear para cuestionarla: “¿qué pasa aquí? ¿Dónde están los seres humanos?” continué: “está bien, yo no importo aquí, nosotros no importamos, lo entiendo, pero ellas si importan, lo que sienten, lo que viven…” Incluso intenté solidarizarme: “entiendo que tienen un trabajo que hacer, solo déjeme despedirme de ellas, déjeme ver que están bien”….

“No podemos hacer eso porque ellas ya están bien y están contentas, y eso puede influenciarlas para mal” Es decir, ahora nosotros eramos los malos de la película. “Bueno”, insistí, “déjeme ver si entiendo, que no ve lo que ellas representan para ustedes y lo que representan para nosotros? Nosotros las amamos! Y ellas también nos aman. Las están arrancando de lo que han tenido durante un año. ¿qué no tiene sentimientos? Son niñas” Conseguí poco: “déjeme ver con la psicóloga”

Y eran patadas de ahogado. Otra espera de aproximadamente 10 minutos para que llegara la psicóloga, en un plan amable, a hablar, dirigiéndose a mi. No sé de donde saqué más cordura para tratar de hacerla entender, y de insistirle en que lo que habían hecho estaba terrible, que había sido completamente injusto e inadecuado para las niñas. Ella no estaba de acuerdo, y le señalé que ellas habían pasado hasta las oficinas para hablar con las niñas dentro de la casa hogar. Ella dijo que también nos dejaron pasar, un argumento que de inmediato rechacé señalando que ellas se habían llevado a las niñas sin nosotros, a un espacio donde nosotros no íbamos a estar como para cerciorarnos de que harían las cosas de manera correcta. La amabilidad de su parte estuvo a punto de romperse en el momento en el que una de las madres le señaló algo acerca de su conciencia y de Dios, a lo que la psicóloga arremetió de inmediato argumentando: “Mire señora, yo no creo en Dios”. Intervine para evitar que creciera más el asunto, honestamente yo ya sabía que todo estaba perdido. Le pedí que me dejara verlas, como fuera desde otro edificio, no sé, algo que me permitiera ver que ellas se encontraban realmente “contentas” como nos decía. “No creo que me lo permitan”. No me rendí: “Llévese mi cámara y tome una foto de ellas”. “No creo que me dejen meter su cámara por lo de las fotos”; interrumpí: “con su celular, y me la muestra, por favor, solo quiero ver que están bien”.

Una espera larga nuevamente, en la que estaba envuelto en llanto y desesperación, terminó cuando llegó de vuelta la psicóloga para mostrarme una foto de las niñas, “Más tranquilo?” me decía mientras intentaba ver la expresión de las niñas, quienes aparecían en un sillón rodeada de otras niñas (sin su hermano): Mariela con un rostro perdido, America dormida, Lucía apachurrada entre los otros niños, y Marili con una expresión un tanto seca. Y esa es la imagen que tengo, entre las palabras de que ellos verían lo de las visitas, y que podríamos seguir en contacto… 

Un regreso en silencio absoluto, solo roto por los sonidos de llanto que uno u otro teníamos, rodeó el viaje de regreso. Maritza nos ayudó a elaborar unas quejas que fuimos a llevar a Derechos Humanos, mientras en mi corazón estaba una desesperación tremenda al no haber podido hacer más por ellas… al sentir que les quedé a deber, que pude haber hecho más.

En las conclusiones de este día, mientras salíamos de Derechos Humanos, me comentaron que llevaban dos oficios, uno para llevárselas definitivamente y otro para decir que solo sería una visita… es decir, tenían varios planes… eso sumado a lo de la policía, a que se metieron y a la forma en que trataron y cuestionaron la labor de Maritza y de las encargadas, ni que decir de los engaños hacia las niñas y la mentira definitiva de que las llevarían de regreso… y por supuesto la forma en que se las llevaron para no regresarlas… una terrible experiencia, unas formas de miedo… si de por si ellas ya tenían una historia de miedo en su vida, ahora les hacen pasar por otra experiencia donde les arrancan lo poco o mucho que tenían y de esa manera…

Ahora solo puedo pensar en las niñas, particularmente en  Mariela y Marilí, quien enfrentando a sus miedos recurría a nosotros, y esperaba que actuáramos en ese último momento donde nos dejaron completamente desarmados…





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